Shlomo Ben Ami, exministro de Asuntos Exteriores de Israel escribe en el diario El País sobre el proceso de paz en Colombia.
Comparto con el exdiplomático israelí la opinión sobre los importantes pasos en la dirección correcta de la actual diplomacia Colombiana, pues allí se comenzó a ver el cambio inteligente del actual gobierno que ha buscado aliados en Venezuela y Ecuador, en lugar de sumar enemigos como hacía el saliente Uribe Vélez.
Sin embargo, me parece poco realista que se pretenda abarcar en este proceso la solución de problemas tan profundos y complejos como el narcotráfico o la distribución y explotación de la propiedad agraria, en los que están involucrados fuerzas más poderosas que la guerrilla e incluso de difícil control para el propio gobierno colombiano como son, por ejemplo, los intereses de los Estados Unidos o de la ultraderecha colombiana.
Las medidas en estas materias, tales como la Ley de Víctimas y devolución de tierras, seguramente serán valiosas en el plano simbólico y de deseos de justicia, que todos podemos compartir, pero en la práctica pueden generar más violencia, como de hecho ya está sucediendo con las víctimas que reclaman la devolución de sus tierras, quienes han empezado a ser asesinadas en oscuras circunstancias. Y ni que decir del narcotráfico, problema cuya solución se sabe que depende en mucho de la legalización del consumo a la que se han opuesto históricamente los EE. UU.
En fin, creo que se puede apoyar el actual proceso de paz sin que ello implique aprobar todo lo que hace el gobierno. Y no se puede hacer depender la firma de la paz de la solución de problemas tan de fondo de la sociedad colombiana.
En fin, creo que se puede apoyar el actual proceso de paz sin que ello implique aprobar todo lo que hace el gobierno. Y no se puede hacer depender la firma de la paz de la solución de problemas tan de fondo de la sociedad colombiana.
A continuación se reproduce el artículo:
"¿Paz en
Colombia?
El
acuerdo con las FARC es un tributo a la habilidad diplomática y negociadora
Shlomo Ben Ami
18 SEP 2012 - 00:02 CET
El Acuerdo Marco para poner fin al conflicto armado en
Colombia que ha anunciado el presidente Juan Manuel Santos es un hito para su
país y toda América Latina. Es también un tributo a la habilidad diplomática y
negociadora.
El acuerdo con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia, FARC, llega después de muchos años de intentos fallidos por parte de
gobiernos colombianos de todas las orientaciones políticas para conseguir un
acuerdo satisfactorio con el último movimiento guerrillero —y uno de los más
odiosos— que ha actuado en América Latina. Las FARC, monumental aparato de
terror, asesinatos en masa y tráfico de drogas, nunca habían accedido a debatir
el desarme, la reintegración social y política de sus guerrilleros, los derechos
de las víctimas, el fin de la producción de drogas y la participación en las
comisiones “de la verdad y la responsabilidad” para examinar los crímenes
cometidos durante medio siglo de conflicto, pero ahora sí.
Ese transcendental cambio refleja el estado de las FARC,
diezmadas tras muchos años de lucha, la capacidad de resistencia de la sociedad
colombiana y —tal vez sea lo más importante— la brillante política regional de
Santos. Al debilitarse el llamado Eje Bolivariano (Venezuela, Ecuador y
Bolivia), las guerrillas de las FARC quedaron sin apoyo regional.
Los cambios regionales crearon las condiciones para que se
iniciara el proceso"
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¿Paz en Colombia?
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