El viernes pasado presentamos una acción popular para exigir al Congreso que inicie el proceso de aprobación e implementación del Acuerdo final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una paz estable y duradera. Con el fin de evitar el inminente perjuicio
de vulneración del derecho colectivo a la paz de todos los colombianos, ante el riesgo de que se produzca algún incidente que nos conduzca de nuevo a la guerra, dada la gran incertidumbre y alarma social provocada por la parálisis del proceso de paz.
La paz en Colombia, según el desarrollo de la Corte Constitucional, Sentencia C-370 de 2006, además de fin esencial del Estado, es un derecho fundamental y colectivo, cuya garantía y protección puede ser exigida por los colombianos por la vía judicial. Todos los poderes públicos y no sólo el Presidente, tienen también responsabilidades en la garantía y la protección de la paz de todos los colombianos.
En el contexto actual, después de los resultados desestabilizadores del No en el plebiscito, corresponde a los poderes legislativo y judicial asumir sus responsabilidades en cuanto a la protección y garantía del derecho fundamental y colectivo a la paz.
Los resultados del No en el plebiscito, que solo vinculan políticamente al Presidente Santos, según lo esclareció Corte Constitucional en la Sentencia C-379 de 18 de julio de 2016, deben ceder, en una ponderación de bienes jurídicos y derechos, ante el derecho fundamental y colectivo a la paz, cuya eficacia solo se asegura hoy día mediante la aprobación e implementación del Acuerdo Final.
Si, en gracia de discusión, se considera la revisión del Acuerdo con las propuestas de los partidarios del No, el juez debe establecer un plazo corto y perentorio para que se envíe el Acuerdo con sus ajustes, al Congreso y se inicie su aprobación e implementación de forma inmediata.
Me preparo par ir a votar por un sí indiscutible, pese a los defectos del proceso y de los acuerdos. No hay en la historia de la humanidad ningún acuerdo de paz perfecto, ni que haya dejado a todas las partes plenamente satisfechas. Pero, lo que los colombianos tenemos hoy, objetiva y realmente, son estos acuerdos, esta paz y cese al fuego, que ya firmaron los directamente implicados que son el gobierno y la guerrilla. A nosotros los ciudadanos nos corresponde construir La Paz positiva, y éste es el primer paso, votar sí en el plebiscito de hoy para que podamos continuar con la construcción de esa paz, que es desarrollo de la que iniciamos ya en 1991 con los otros grupos guerrilleros y que también se hizo con los paramilitares, a quienes se hicieron concesiones en algunos aspectos mayores que a la FARC. No hay que olvidarlo. No es cierto que mañana se pueda iniciar un nuevo proceso de paz, otras negociaciones tomarían muchos años en volver a concretarse. La paz debe continuar hoy, con nuestro voto por el sí. No podemos dar más oportunidades a la guerra. Votar sí hoy no significa defender a las Farc, en absoluto, Votar sí no significa que seamos ingenuos, ni que creamos que todo va a ser color de rosa de mañana en adelante, Votar sí no significa que no sepamos que tendremos que seguir luchando, por las vías democráticas, por la justicia social en Colombia, Votar sí significa que sabemos que ésta es la opción que, ética y racionalmente, nos obliga, que éste es el camino real que tenemos para parar esta guerra YA!!!!
La abogada e investigadora (PhD) Melba Luz Calle Meza, analiza el contexto de nuestro sistema de educación superior que no valora debidamente la formación y los aportes de los doctores y cómo en el caso de los directivos no existe un compromiso con la formación de alto nivel.
En la Instituciones de Educación Superior IES colombianas se asiste a la consolidación de un fenómeno sociológico de gran envergadura, del que no se suele hablar quizás para evitar eventuales desquites, destituciones o cancelaciones de contratos, caracterizado por una opaca resistencia gremial al reconocimiento de los méritos académicos de los profesores e investigadores con título de doctor (auténticos y no como los del Alcalde Peñalosa). Una renuencia practicada por las directivas y cuerpos docentes tradicionales, quienes no poseen, ni quieren o pueden adquirir, el PhD, y que son los más numerosos (en 2013 los docentes sin doctorado sumaban 109.183 frente a solo 6.555 doctores, según cifras del Ministerio de Educación).
Al día de hoy es posible hablar de una oposición, que no es abierta sino velada, por parte de la clase arraigada de docentes y regentes universitarios, a la transformación necesaria para que las universidades colombianas puedan equipararse a la de los países desarrollados y así obtener o renovar la anhelada acreditación. Evolución que empieza por el cumplimiento de un requisito académico básico en Europa y concretamente en países como, por ejemplo, España, en los que el título de doctor es imprescindible para concursar a una plaza de Profesor Titular o Catedrático de Universidad. Esto es, un requisito sin el cual es imposible ser docente universitario de planta, salvo de forma transitoria o como auxiliares en prácticas. Y, por supuesto, no basta con exhibir el escueto título sino que se debe aportar nuevo conocimiento y publicar la tesis doctoral en editoriales reconocidas y artículos científicos en revistas indexadas, etc.
El fenómeno de que se trata puede considerarse otro "choque de trenes" entre lo viejo y lo nuevo. Y obedece, en primer lugar, a las graves dificultades para poder acceder a la formación académica del más alto nivel, dado que la oferta de estos programas es muy escasa, las matrículas son muy elevadas y hay una falta escandalosa de inversión del Estado en su fomento. Es sabido que en Colombia la inversión en ciencia y tecnología es de las más bajas de América Latina, en 2013 solo era del 0.44 % del PIB en comparación con, por ejemplo, Brasil que invierte cerca del 2%, mientras que los Estados Unidos, Europa y los países asiáticos invierten entre el 2 y el 5% del PIB. Ello significa que, con esa falta de apoyo y déficit de inversión pública en la formación doctoral, esas más de 100.000 personas actualmente vinculadas con las IES no podrán acceder a dicho nivel. Y por ello miran a los doctores como sus enemigos pues ven en ellos lo que tal vez nunca van a alcanzar. Además de no estar dispuestos a ceder los privilegios y el control adquiridos gracias a la larga e ininterrumpida permanencia o antigüedad en las instituciones.
Esta situación no es nueva en la historia de la humanidad. Jonathan Swift en sus Viajes de Gulliver ya ironizó sobre algunos de los habitantes de Liliput que habrían querido reducir la estatura del gigante protagonista ante su imposibilidad para igualarlo. Esa formidable novela de Swift es bien sabido que contenía una crítica muy seria a la intransigencia de la sociedad inglesa de su tiempo para admitir en su seno a quienes destacaran por sus méritos.
En la Colombia universitaria actual nos encontramos con esa misma moral liliputiense. Pues es posible un espectáculo que resulta absurdo a todas luces en Europa: Rectores o decanos de Universidad sin título de doctor, a quienes les basta con ser egresado o magister y constituyen la máxima obstaculización al reconocimiento del valor del doctorado, pues no aceptan la plena capacidad docente e investigadora de un PhD. Y son los que más poder emplean para entorpecer la carrera de los doctores, en claro detrimento del progreso académico y científico de las propias IES.
Pero ¿cómo se manifiesta el mencionado ardid institucional y docente en contra de los investigadores con doctorado?. Todo eso se puede ilustrar con algunas prácticas comunes, en especial, a universidades ubicadas en rankings académicos medios y con un escaso número de doctores entre sus profesores de planta:
1. La baja repercusión del título de doctor en los sueldos de los docentes y en su consideración profesional. Esta precariedad es la que obliga al pluriempleo de los doctores para obtener unos ingresos dignos. Pero, no solo mediante contratos en varias universidades sino también con asesorías al Congreso o a empresas privadas o en despachos de litigantes.
Ahora bien, en este país no existe un supuesto "cartel de doctores" y debe afirmarse esto con rotundidad. Pues resulta de todo punto de vista inaceptable, además de desafortunado, el uso que algunos hacen del término "cartel", cuyo significado literal es "organización ilegal de tipo mafioso", para denunciar una situación de la que muy pocos, o ninguno, se salvan y podrían "tirar la primera piedra". Por el contrario, los doctores y doctoras colombianos no solo no han creado ninguna mafia sino que son los primeros perjudicados de una situación universitaria impresentable.
2. La persona doctora e investigadora tiene que padecer lo que no está escrito en la actuación cotidiana de los cargos superiores. Decanos de universidades que, abusando de su posición, se atreven a hablar infundada pero públicamente de los "doctores fallidos"; lo cual es un insulto sin ambages. O, también, son capaces de despreciar abiertamente la categorización de Investigador Senior, Asociado o Junior que realiza COLCIENCIAS, porque no sirve para nada, lo que equivale a decir que la labor evaluada por la máxima autoridad pública en la materia no tiene ninguna utilidad, cuando en realidad desvirtúa precisamente la rebuscada tesis de los "doctores fallidos".
Aunque sea cierto que el sistema de evaluación y medición de grupos e investigadores actual deba ser mejorado en aspectos sustanciales, estas son las reglas del juego existentes. Y es obligación de los decanos y directivos promover el cumplimiento de las normas del Ministerio de Educación-COLCIENCIAS y destacar el esfuerzo de quienes cada año deben superar las múltiples exigencias del sistema para permanecer activos y reconocidos.
3. Los doctores son marginados un día sí y otro también de la toma de decisiones que atañen al desarrollo de la ciencia, medidas que quedan en manos de funcionarios que no son en realidad académicos ni investigadores porque no cumplen con los parámetros mínimos cuyo punto de partida es justamente el título de doctor o PhD.
Este es el panorama cotidiano de las universidades, salvo, quizás, en las IES de élite que cuentan un amplio staff de doctores como profesores de planta. Mientras que aquellas instituciones en proceso de obtener la acreditación de alta calidad, o la primera renovación, necesitan muchos más doctores para cumplir con los objetivos mínimos de la educación superior del siglo XXI. Para ello es preciso tomar decisiones audaces con base, por ejemplo, en una más amplia cooperación internacional en los programas de doctorado para la agilización de los grados o para la vinculación expedita de doctores extranjeros que amplíen las plantas de personal existentes. Pero estas universidades permanecen férreamente dominadas por un gremio anquilosado de profesionales sin competencias suficientes en estas materias, aunque controlan el día a día universitario, en buena medida, por su fidelidad ideológica y política a los detentadores del poder institucional. Es un funcionamiento en círculo vicioso mediocre y burocrático que contribuye a la lentitud, cuando no a la parálisis, de un avance científico riguroso.
Frente a esta situación no cabe la lamentación sino la crítica. Los propios doctores son los primeros que deben comprometerse con su realización. Pero no se debe confiar en la mera acción individual, sino trabajar con toda seriedad por encontrar fórmulas asociativas adecuadas como vehículos para opinar y participar activamente en el afianzamiento de un elevado nivel académico e investigador en la educación superior de Colombia.
Sobre la autora:
Doctora en Derecho por la Universidad de Zaragoza. Magíster en Derecho Público de la Universidad de París II y de la Universidad de Oviedo. Especialista en Derecho Administrativo de la Universidad Externado de Colombia. Abogada de la Universidad del Rosario, título homologado al de licenciado en Derecho español. Profesora de Planta de TC de la Facultad de Derecho de la Universidad Militar Nueva Granada. Docente investigadora del CISJ de la Universidad Libre de Bogotá. Correo electrónico: melbaluz.calle@ gmail.com
Me permito transcribir aquí un artículo referido a la vida del profesor universitarioeuropeo, pero que guarda grandes semejanzas con el, muchas veces hostil, ambiente organizacional de las universidades colombianas y con los graves vicios de que adolece la profesión del docente universitario en este país.
Frey Alfonso Santamaría Buitrago
El confidencial.com
Hasta hace relativamente poco, la de profesor universitario era una ocupación privilegiada. No sólo gozaba de una buena reputación entre todos los estamentos de la sociedad, sino que esta se correspondía con una gran influencia social y una remuneración acorde con el puesto. John Edward Masefield, poeta inglés, escribió que “hay pocas cosas terrenasmás hermosas que la universidad: un lugar donde los que odian la ignorancia pueden luchar por el conocimiento, y donde quienes perciben la verdad pueden luchar para que otros la vean”.
No obstante, y de manera paralela al crecimiento de la población universitaria durante la segunda mitad del siglo XX, el profesor universitario parece estar sometido a más estresantes que nunca. No sólo ha perdido su categoría social, sino que también ha visto cómo su sueldo ha disminuido de manera inversamente proporcional al del estrés que ha de afrontar. Todo ello formando parte de una institución cuyas estructuras apenas han evolucionado en siglos.
“El trabajo del profesor universitario es uno de los más tóxicos”, recuerda con contundencia el psicólogo y profesor de Recursos Humanos de la Universidad de AlcaláIñaki Piñuel. “Se valora poco porque se cree que el trabajo del sector educativo es de guante blanco, pero contrariamente a ello, el entorno del profesor universitario produceniveles de estrés superior a otros y quiebra la capacidad laboral de muchos profesores a una edad más temprana”.
Se desprecia el valor del conocimiento por la eficiencia
Hace ya ocho años que un estudio de la Universidad de Murcia puso de manifiesto que el 83,6% del profesorado sufría de estrés crónico, y aunque su autor, el profesor ya retirado de Psicopatología de la Universidad de Murcia José Buendía reconoce que “los datos son perecederos”, la situación parece haber empeorado tras la implantación del Plan Bolonia. Es una situación que se repite en otros países vecinos, como el Reino Unido, donde recientemente una investigación publicada por el UCU (Universitary and College Union) ponía de manifiesto que las enfermedades mentales habían aumentado sensiblemente entre la población académica.
El estudio sintetizaba algunos de los principales escollos para la felicidad del profesor, entre los que se encuentran el constante escrutinio externo, la imposibilidad de conciliar la vida personal con la laboral y la necesidad de proporcionar constantemente resultados positivos. Como recuerda la profesora titular de sociología de la Universidad de La CoruñaRosa Caramés, “se desprecia el valor del conocimiento por la eficiencia”. Estos son los principales “jinetes del Apocalipsis” a los que tiene que enfrentarse el profesor contemporáneo.
1. Es una institución del siglo XXI que sigue funcionando de manera medieval
Quizá la comparación más reveladora para definir la universidad sea la que utiliza Piñuel: las universidades siguen reflejando con gran fidelidad las características de la sociedad feudal en la que nacieron. “El feudalismo genera sus cabecillas y sus súbditos, que están obligados a respetar ciertos códigos ajenos al siglo XXI, como cuando te dicen ‘no te presentes a esta plaza porque ya está adjudicada’ o ‘tú no puedes publicar en esta revista hasta que yo lo haga”, explica el autor de La dimisión interior (Ed. Pirámide).
Se ha conseguido consumir el tiempo dedicado a la preparación de las clases y dedicar más tiempo a labores puramente administrativas
Como dejó escrito el administrador de la Universidad de Harvard Henry Rosovsky en The University: an Owner’s Manual, “las universidades aman los rangos jerárquicos tanto o más que el ejército”. El psicólogo añade que, a diferencia de la educación primaria o secundaria, la universidad está formada por alumnos ya adultos, “que son gente más exigente”, y el profesor está obligado a actualizarse continuamente. Ello da lugar a factores de riesgo psicosocial como “la rivalidad, la competitividad, las camarillas de poder o las guerras intestinas”, frecuentes en el ámbito universitario y que minan poco a poco la resistencia del profesor.
2. El día que el profesor pasó a ser un burócrata
El Plan Bolonia ha traído consigo, entre muchas otras cosas, una burocratización de la enseñanza que ha provocado que los profesores pasen más tiempo rellenando formularios, pruebas y revisiones que dedicados a la preparación de sus clases y a sus proyectos de investigación. “Bolonia se ha implantado de manera desastrosa”, sintetiza Rosa Caramés. “Sólo se ha conseguido consumir el tiempo dedicado a la preparación de las clases y dedicar más tiempo a labores puramente administrativas”.
Piñuel se muestra de acuerdo: “Son un montón de horas de trabajo que sobrecargan a un profesor que ya está suficientemente sobrecargado de por sí. Para conseguir nada estamos incrementando una carga que no tiene mucho valor añadido. No por rellenar más papeles es mejor, al contrario, el tiempo disponible para preparar clases e investigar se emplea en reuniones y consignar papeles”. También disminuyen las horas de descanso y esparcimiento, vitales para el bienestar de cualquier trabajador.
El Plan Bolonia ha añadido nuevas cargas a los cuerpos docentes universitarios. (Efe)
Esta “maquinaria”, como la define el psicólogo, conlleva otro problema: el aumento de las pruebas sobre el control del profesorado. Algo que en principio tendría como objetivo garantizar la calidad de la enseñanza, se añade a las montañas de burocracia ya existentes y someten al profesor a un continuo escrutinio. “Es la paradoja tras la ilusión del control”, explica Piñuel. “Es un efecto de la centralización de las políticas de la UE que necesita sistemas de control. La idea de consignar papeles, documentos o comisiones da la sensación de que las cosas se están gestionando mejor. Es pura entelequia”.
Pablo, profesor durante quince años tanto en España como en Inglaterra, cree que ello ha provocado, no obstante, que haya un mayor control sobre el acceso a los puestos docentes. “Antes, cualquier catedrático o profesor con influencia podía enchufar a quien le diese la gana (te sorprendería saber en cuántos departamentos de la universidad pública hay padres e hijos o maridos y mujeres)”, explica. “Ahora, al menos, el enchufado ha de pasar un filtro, aunque sea un filtro de mínimos, no del todo exigente, discutible, etc.”
3. Acoso por parte de los alumnos… y por parte de los compañeros
Aunque el acoso por parte de los estudiantes no es tan frecuente como en la educación secundaria, los profesores también manifiestan ser víctimas de amenazas por parte de sus alumnos. El desprestigio reciente de la educación no ha ayudado precisamente: “En los últimos años ha entrado una corriente que desprestigia la labor del docente. En ocasiones parece haber un afán reduccionista, un tanto persecutorio, de la labor de las personas que se dedican a la docencia”, explica Rosa Caramés, que sugiere que muchas veces el profesor es acusado de una serie de cosas –“que no corrige bien, que tiene manía a los alumnos, que no sabe dar clase”– que tan sólo son ciertas en un número limitado de casos, pero que suele hacerse extensible a todo el cuerpo docente.
La creciente competencia provoca que las zancadillas sean frecuentes
A este hay que añadirle el mobbing ocasionado por los propios compañeros: según el estudio anteriormente citado, realizado en la Universidad de Murcia en el año 2004, hasta el 44% del personal manifestaba sufrir acoso laboral. Algo que, como señaló en aquella ocasión el profesor José Buendía, “tiene como objetivo que se abandone el centro, puesto que al ser funcionarios, no se les puede despedir”. Piñuel añade que la creciente competencia provoca que las zancadillas sean frecuentes: “Quien no acata las reglas, se convierte en un chivo expiatorio y es perseguido”.
4. Hay que luchar mucho para ascender
El del acceso a la docencia universitaria es un camino lleno de palos y piedras y, sobre todo, sacrificios obligados. Pasan años hasta que se pueda impartir clase, mucho más hasta que alguien se convierte en profesor titular y ya no digamos convertirse en catedrático. Abundan las horas extras, las asignaturas impartidas a cambio de nada o el “tráfico” de artículos que permite a algunos profesores seguir un año más aferrados a su puesto gracias a trabajos realizados por sus estudiantes.
Aún hoy se ven rencillas entre profesores que se enfrentaron unos a otros por plazas
“El motivo de conflicto más grande que puede haber en un departamento es casi siempre las plazas”, explica Pablo, que matiza que al no haber plazas nuevas durante los últimos años, los conflictos han desaparecido. “En el pasado, cuando no existía el método de las acreditaciones, las plazas las decidía el catedrático de turno, y siempre terminaba favoreciendo a sus preferidos, mientras que los otros se jodían y tenían que esperar años hasta conseguir sacar su plaza. Aún hoy se ven rencillas entre profesores que vivieron ese sistema y que se enfrentaron unos a otros por plazas”.
Algo que, no obstante, no siempre es percibido de forma necesariamente negativa, especialmente como una solución al piloto automático que provoca la falta de ilusión entre los docentes de mayor edad. Luna Paredes goza de una beca FPU (Formación del Profesorado Universitario) e imparte clases de «Análisis y comentario de textos literarios» en la Universidad de Alcalá. “El hecho de que un becario imparta una asignatura completa me parecía a priori una irresponsabilidad”, explica. “Sin embargo, un becario también va a afrontar las clases con un entusiasmo que algunos profesores (no todos, no siempre) han perdido”.
Preparar bien una hora de clase puede llevarte entre ocho y diez horas
El esfuerzo exigido a los primerizos, frente al de los funcionarios, “sólo puede traer cosas buenas”, señala, aunque “implica que las horas de preparación de una sola clase sean ingentes”. Como recuerda Pablo, que imparte ocho horas de clase a la semana, “preparar bien una hora de clase que impartes por primera vez puede llevarte entre ocho y diez horas”. “El becario debe hacerlo bien porque, en primer lugar, está inseguro y se esfuerza ante los alumnos y en segundo lugar, porque no quiere cagarla ante el director de tesis ni el departamento”, concluye Paredes.
5. Se cobra menos de lo que se piensa
El de los sueldos de los profesores universitarios es un tema complicado, en cuanto que estos varían sensiblemente dependiendo del centro, de la categoría del docente o de los diferentes incentivos autonómicos. Las categorías inferiores son las principales perjudicadas de un sistema que se complementa con los célebres quinquenios y sexenios –períodos dedicados a la investigación–, pero a los que no todo el mundo tiene acceso. El salario base puede llegar a encontrarse en unos 1.100 euros. Rosa Caramés recuerda que, aunque ella no pertenezca a dicho grupo, los más jóvenes sufren una mayor precariedad, “con contratos de muy pocas horas por las que se paga muy poco, a pesar de que el tiempo de preparación de las clases sigue siendo el mismo. La docencia se concentra en poco tiempo para ahorrar presupuesto”.
Los alumnos también sufren las consecuencias de la desmotivación de los profesores. (Corbis)
6. Sistema educativo “marketinizado”: el estudiante siempre tiene la razón
Existe cierto consenso entre los profesores en señalar que el alumno ha pasado de ser un estudiante a convertirse en un cliente, algo en consonancia con la tendencia privatizadora del sistema universitario. Ello obliga a que el docente redefina sus tareas y se vea obligado a reinterpretar su labor, lo que en opinión de Rosa Caramés, da lugar a una relación “un tanto viciada”. “Todas las cosas materiales e inmateriales tienen un precio y un valor, que no tienen por qué coincidir”, explica la socióloga. “No se entiende que los conocimientos y su proceso de adquisición es un proceso mutuo. Como todo se ha mercantilizado, lo único que parece sustentar la relación entre profesor y alumno es el precio de la matrícula”.
Uno de los factores novedosos es que el profesor se tiene que poner al servicio del alumno, algo que antes no se entendía así.
Como señalaba el filósofo José Luis Pardo en 2008, “todo comenzó con la sustitución de las “asignaturas” por “créditos”. Piñuel lo interpreta como una liberación del estudiante de las cadenas que el sistema feudal le había impuesto. “Uno de los factores novedosos es que el profesor se tiene que poner al servicio del alumno, algo que antes no se entendía así, sino que se ponía énfasis en el profesorado. El alumno ha evolucionado a ser alguien que tiene derechos, que puede exigir, que puede pensar y reclamar”. Algo a priori positivo pero de lo que, sin embargo, el profesor no parece haberse beneficiado: “Precisamente, elburnout en el profesor genera situaciones de maltrato hacia los alumnos impropia de este tiempo, como arrogancia, prepotencia…”
7. La investigación, ¿sirve para algo?
A finales del año pasado, la comunidad científica se vio sacudida después de que el Premio Nobel Randy Schekman denunciase que el factor de impacto de las revistas –es decir, la puntuación recibida por cada publicación sobre el número de veces que sus artículos son citados– vicia la investigación, y crea burbujas en torno a determinados temas. Algo semejante ocurre con el funcionamiento de los diferentes departamentos de investigación, que se centran exclusivamente en aquellos temas que les pueden dar una mayor visibilidad, despreciando aquello que no está de moda.
Una parte importante de los ingresos de los departamentos dependen de la productividad de los miembros
La máquina de la producción científica no puede pararse. Como recuerda Pablo, en países como Inglaterra, “una parte importante de los ingresos de los departamentos se los juegan con la productividad de los miembros. Es decir, si un profesor se pasa tres años sin publicar un artículo de prestigio o sin conseguir un proyecto de investigación, baja los promedios del departamento y este pierde dinero”. No obstante, se trata de una situación que afecta más en el extranjero que en nuestro país. “Un profesor titular (y conozco no a uno o a dos, sino a muchos) puede tirarse, no tres años, sino toda una vida sin dar un palo al agua, excepto prepararse sus horas de clase semanales, corregir exámenes y punto”, explica el profesor.
8. Sentimiento de inutilidad
En una reciente investigación llamada It’s a Bittersweet Symphony, This Life: Fragile Academic Selves, el profesor de gestión de las organizaciones de la Universidad de Lancaster David Knights, tras analizar los problemas de identidad entre el cuerpo lectivo inglés, llegó a la conclusión de que la mayor parte de sentimientos de los profesores hacia sus centros estaban marcados por la ambivalencia. Por una parte, porque su idea del mundo académico estaba marcada por la pasión, por el entusiasmo y por unas elevadas expectativas. Pero, al mismo tiempo, estas se encontraban matizadas por una agria sensación de que muchas de sus aspiraciones parecían “irrealizables, si no irreales”.
Así como periódicamente hacemos una revisión de nuestro vehículos, deberíamos hacer la ITV psicológica de los profesores
“Los que tenemos más vocaciones de hacer cosas nos vamos desgastando”, afirma Pablo. “Muchos de estos profesores que sólo hacen docencia en realidad no tienen interés en nada y por eso no investigan, lo único que les apetece es leerse el periódico, hablar por teléfono y tomar cafés”. Es la última etapa de un proceso que erosiona poco a poco las ilusiones privilegias y que, como recuerda Piñuel, aparece mucho antes que en otras profesiones. “Si bien la respuesta a nivel institucional a sus esfuerzos no alcanzaba el reconocimiento jerárquico, social o por parte de los compañeros, la dulzura de una carrera potencialmente estimada y una identidad reconocida de manera pública disparó sus esfuerzos”, concluía el estudio sobre esos frustrados, pero ilusionados, profesores.
“Así como periódicamente hacemos una revisión de nuestro vehículo, deberíamos hacer la ITV psicológica de los profesores”, concluye Piñuel. “Tenemos entre nuestras manos el mejor capital simbólico del país”. No se trata únicamente de preservar la calidad de vida de los docentes, sino también, de evitar que el alumnado sea la última víctima de un sistema desencantado y cada vez más oprimido.